Se trata de las impresiones del periodista y compañero Gabriel González-Andrío, sobre su vivencia personal en esta pasada edición de Cannes. Este año cumplí ocho ediciones participando en el Cannes Lions Festival, el mayor escaparate mundial de la creatividad publicitaria. Durante una semana, más de 10.000 publicitarios se reúnen en la Costa Azul -en el ya vetusto Palais- para competir por un metal con forma de León. Este año se han inscrito (pagando) 37.427 trabajos, un 5%, lo que se traduce en millonarios ingresos para las arcas de la organización. España se ha vuelto con 37 premios, 15 más que el año anterior.
Pero este festival (en la parte frívola, no en la académica, ojo) ya no es lo que era. Al menos para los españoles. En la época dorada, en los años ochenta, los viejos del lugar aún recuerdan las mariscadas, las fiestas en yates de lujo y los gin-tonics en el Hotel Martínez. Algo así como la serie Mad Men pero a la española. Una web del sector recomendaba este año que “si quiere comer y beber bien haga una excursión en barco a la isla de Sainte Marguerite para degustar los deliciosos platos de La Guerite”. A ver cuántos se han apuntado… al barco.
La crisis ha cambiado el panorama de forma drástica. Porque cuando uno va y aterriza en el certamen sólo ve a ingleses, asiáticos, brasileños y americanos. Y cuando te encuentras con un creativo español lo celebras como si fuera un milagro. Es lógico. Porque para venir acá (como dicen los argentinos) hace falta manejar mucha plata. Si sumamos la inscripción como delegado, el viaje, el hotel, dietas y los trayectos, cinco días allí puede costarte la friolera de no menos de 5.000 euros.
Por eso, los que proceden de países en crisis han cambiado el marisco por los Paninis (bocatas) de 4,50 euros, los hoteles fastuosos de primera línea de playa (Carlton, Majestic, etc) por hostales a las afueras o mini-pisos compartidos, y los gin-tonics se los toman gratis en las fiestas ya organizadas.
De otra manera, resulta difícil sobrevivir en una ciudad turística donde los Ferrari circulan con normalidad, las marcas de lujo hacen su agosto y los hoteles donde no caben ya las estrellas han colagado el cartel de “lleno”.
Pero no crean que bromeo, no. Durante esos días, si va a Cannes no se plantee pagar menos de 50 euros por un gin-tonic en un buen hotel (en vasito de cristal cutre y con pajita, nada de copa de balón) o 90 euros por un trayecto en taxi Niza-Cannes. Todo tirado, vamos. Así que ahora entenderán que uno apueste por el bus de línea y los bocatas de chiringuito.
Pero no se crean, ver tanto glamour, tanta estupidez, acumulado en tan pocos metros cuadrados también le sirve a uno para reflexionar y valorar lo importante. Y encima, al final, uno se da cuenta de que como en España en ningún sitio (aún con crisis).
Como lo oyen.